lunes, 18 de enero de 2010

educación sexual

1. Esta historia, como tantas otras que he contado, ocurrió en los locos años de la Facultad y, como en tantas otras también, estuvo enredada mi cachonda amiga-amante Tamara que un día, sin aviso de ninguna especie, nos pidió a Felipe y a mí un favor inesperado y placentero: la educación sexual de Tania, su hermanita.

Tamara, para quien no la recuerde, era una compañera de la Facultad, bisexual y adicta, loca como una cabra, a la que yo habría amado de haber sido posible. Es una chica de baja estatura, delgada, con unos profundos ojazos negros que iluminan sus rasgos indígenas y su larga cabellera de ala de cuervo. Tiene unas caderas estrechas pero claramente femeninas, unos pechitos que apenas despuntan y unas piernas delgadas y bien torneadas, bajo un pubis pétreo y un duro y plano estómago. Me encantaba.

Tania tenía 18 años recién cumplidos y estudiaba clarinete o fagot. Se parece mucho a su hermana salvo que es unos diez o doce centímetros más alta, lo que la hace verse aún más delgada y frágil que su hermana mayor, y que tiene una cara más linda. Yo la conocía de tres o cuatro de veces que fuimos a bailar con Lucy, Tamara y algunos otros amigos.

Modestia aparte, Tania me miraba con admiración apache. Unos tres meses antes de los hechos que aquí voy a contar se le pasaron las copas en el antro y terminó colgada de mi cuello, besándome, diciéndole que yo le encantaba mientras apretaba su cuerpo junto al mío. Acaricié sus nalgas y su cintura, sentí sus duros pechos junto a mi cuerpo y esa madrugada le hice el amor a Tamara con furia... se lo hice pensando en otra.

Tres meses después Tamara nos sorprendió a Felipe y a mí con la petición que ya conté, a condición de obedecer en todo sus instrucciones, cosa que, naturalmente, prometimos. Esa misma tarde partimos hacia el cuarto de azotea en que vivía. Cuando llegamos nos ordenó que nos quitáramos toda la ropa salvo los calzones y nos pusiéramos sendos gorros de estambre tejido, de modo que nos taparan los ojos. A continuación nos hizo sentar en dos altos bancos. Así estábamos cuando oímos entrar a Tania.

-Pablo, Felipe, uno de ustedes dos va a gozar de la virginidad de Tania, pero más va a disfrutarlo ella. Y eso no pasará hoy. A partir de este momento tienen estrictamente prohibido hablar... los tres, y solo podrán obedecer sin réplica. Por lo pronto, sigan sentados.

Pasados unos minutos nos ordenó quitarnos el gorro, sin pararnos, y vimos a la bella Tamara, totalmente desnuda, acostada en su cama, y a Tania vestida únicamente con sus braguitas, sentada en una silla, atada de manos y pies y con la boca amordazada por un pañuelo. Tamara dijo entonces:

-Mi hermanita quiere ver y hoy le tocará ver, sin poder descargarse, como pueden darse cuenta. Ahora, párense los dos y, pensando y viendo, mastúrbense despacito.

Lo hicimos, mientras Tania nos comía con los ojos, y Tamara, viéndonos, se masturbaba a su vez. Felipe se corrió antes que yo, vaciando una buena cantidad de leche en el regazo de Tania. Entonces Tamara me ordenó que parara, y bajando al suelo, exactamente delante de su hermana, me dijo:

-Penétrame, termina en mí.

Yo la obedecí: deslicé mi verga ardiente en su bien lubricado coño, siguiendo el camino que conocía y los violentos movimientos que a ella le gustaban.


Yo le daba la espalda a Tania, que veía mis nalgas, mi espalda, el violento movimiento de mi pelvis y la cara de su hermana asomando sobre mi hombro, lo mismo que sus piernas, abiertas, levantadas, que se estremecían al ritmo de mis movimientos. Me vine dentro de Tammy y seguí acariciándola hasta que me rechazó y, volteando hacia donde estaba Felipe, cuya verga estaba otra vez erecta, le pidió que me reemplazara y Felipe ocupó la posición que yo tenía unos segundos antes.

Mis queridos amigos se vinieron en medio de ahogadas exclamaciones mientras yo, sentado en la orilla de la cama, los veía a ratos a ellos y a ratos a la bella Tania. Tamara se levantó y dijo:

-Ahora, ustedes dos deben irse. Los espero mañana a las ocho, aquí.

2. Al día siguiente, un jueves, Felipe y yo llegamos puntuales y nos recibieron con su disfraz de pecadoras: ambas con blusas negras, botas altas y minifaldas, guapas y delgadas, con su largo y lacio pelo suelto y uñas y labios pintados de negro. Sobre los tacones de sus botas Tamara mediría 1.60 o 1.62 y Tania rebasaba el 1.70.

Fuimos en el coche de Felipe a un antro que frecuentábamos con Tamara y Lucía, donde ponían rock alternativo y cosas así. Bebimos cerveza (muy poca: sólo para la sed que daba el baile) y bailamos con las dos chicas. Como era jueves, el antro estaba semivacío y teníamos una alta mesa en el rincón, a oscuras y alejada del resto de los parroquianos.

Luego de bailar rico con Tania empecé a besarla en la mesa en cuestión, a besarla y a meterle un faje espectacular, magreándole las nalgas, acariciándole el clítoris sobre la pantaleta, sobándole sus pequeñas tetas, todo sin dejar de besarla. Tenía el pito a cien y gozaba, anticipaba la cogida que le iba a dar, me tocara o no desvirgarla, mientras veía que, detrás de nosotros, Tamara y Felipe se magreaban con ansia parecida.

Cuando empezó la siguiente canción Felipe se separó de Tamara y jaló a Tania hacia la pista. Tamara estaba acodada sobre la alta mesa, inclinada hacia adelante y yo la abracé por detrás. Cuando ella notó mi erección se acomodó de tal modo que mi verga quedó entre sus nalgas y empezó a moverse suavemente. Entonces hice una locura: aprovechando la oscuridad me saqué la verga y con mi mano derecha aparté sus braguitas y busqué su divino orificio. Ella entendió y lo hizo todo: abrió las piernas y se inclinó un poco más para ofrecerme su entrada y con su mano guió mi verga hasta el lugar sagrado.

Inicié con cierta violencia el viejo mete-saca, gozando su cueva y la excitante situación. La canción terminó y regresaron Felipe y Tania mientras yo seguía en lo mío. Al verlos venir Tamara me dijo: "sigue, Pablito, más despacio" y Felipe sonrió socarronamente mientras Tania nos comía con los ojos. Me vine dentro de Tamara y no terminaba de sacarle la verga cuando Felipe le metió la suya. Quise llevarme a Tania a la pista pero la chiquita se quedó mirando como Felipe le daba caña a su hermana. Cuando recibió la lefa de Felipe, Tamara corrió al baño y, al regresar ordenó que regresáramos.

Pero la noche no había acabado, aunque pasaba de las tres de la madrugada: en el coche Tamara le pidió a Felipe que manejara y yo me fui atrás con Tania y apenas salimos al periférico, Tamara me ordenó:

-Chúpaselo a mi hermanita, que está muy caliente y necesita un orgasmo.


Ni tarda ni perezosa Tania se quitó sus braguitas y me ofreció una amplia perspectiva de su virginal coñito, cubierto por abundante vello, con sus labios morenos y su rosado clítoris. Hice que se sentara pegada a la puerta, con una pierna abajo y otra arriba, abiertas en compás, y yo, haciéndome un ovillo, me las ingenié para que mi cabeza quedara entre sus piernas, tapada por la pequeña falda, su sexo al alcance de mi lengua.

Chupé, mordí y succioné, recibí sus fluidos y su estremecimiento mientras sentía la velocidad del coche. Sólo cuando me incorporé Felipe tomó rumbo a la casa de Tamara, donde, al llegar, ella nos dijo:

-Ya se pueden ir. Mañana a las siete. Duerman bien y desayunen ostiones.

3. A las siete estábamos ahí, naturalmente. Nos recibieron desnudas y Tamara nos exigió ponernos igual que ellas. Desnudos nos sentamos sobre la alfombra a la manera india y Tamara prendió una pipa cargada de mariguana que empezó a circular, seguida prontamente por una caguama, para refrescar la seca garganta. Tania solo dio una chupada pero los demás fumamos hasta ponernos muy estúpidos y empezar a reírnos del vuelo de las moscas.

Además, yo estaba sumamente excitado. La mariguana tiene esa virtud sobre mi, pero si, además, le agrega usted la presencia de dos deliciosas chicas desnudas y la promesa de una cálida sesión, es natural que mi verga emergiera desafiante de entre mis muslos. La mía y, dicho sea de paso, la de Felipe. Cuando Tamara apagó por fin la pipa, permanecimos un rato mirándonos, platicando chorradas, riendo de todo, hasta que Tamara dijo:

-Hermanita: mira, aprende e imítame-, y desnuda, delgada, flexible como un junco, se deslizó hacia Felipe y le empezó a chupar la verga.

Yo, totalmente pacheco, cerré los ojos y me acosté para recibir la cálida lengua de Tania rodeando el tronco de mi verga y deteniéndose en el glande. Gocé ahí hasta que le avisé con un gemido que me venía y ella se hizo a un lado. Me ayudé con la mano para terminar y abrí los ojos.

Tamara y Felipe seguían en lo suyo y Tania me pidió que repitiera lo de la víspera y yo apliqué mi boca a su dulce coño hasta hacerla llegar al orgasmo.
Cuando terminé, Tamara, que nos esperaba, dijo:

-Hay que reponer fuerzas. Dormiremos aquí los cuatro y mañana será otro día. Mañana, Tania, serás mujer. Tengo aquí cuatro somníferos: tomémonos uno cada quién y durmamos.

Así lo hicimos y yo me dormí sintiendo aún en mi piel la suave lengua de Tania.

4. Desperté el sábado aturdido por la pasta ingerida. Tardé un poco en hacer contacto con la realidad me vi al lado de Felipe, sobre un edredón. Las dos chicas habían desaparecido. Puse un disco de Bach y escancié cerveza en un vaso no muy limpio. Pensaba yo en la conveniencia de forjar un churrito cuando entraron Tamara y Tania envueltas en batas de baño. Tamara se despojó de la suya mostrando su desnudez con naturalidad y dándomela, me envió a la ducha, que compartía con las gatas de azotea.

Al volver de la ducha vi a Tania tendida boca arriba sobre la cama y a su hermana chupándole el coñito. Semejante visión levantó mi verga al momento y tras observar unos segundos me acerqué, posando mi mano sobre la grupa en popa de Tamara.

Ella siguió en lo suyo mientras mis dedos recorrían la delicada curva que formaba la parte trasera de su cuerpo, con el culo al aire, las rodillas hincadas en la cama y su cabeza sobre el sexo de su hermanita pequeña. Mis dedos iban desde el rígido clítoris hasta las nalgas, pasando por la empapada rajita, en la que se entretenían más de la cuenta, y el estrecho ojete, que ya me había recibido alguna vez.

Pensé que era una maravilla que Felipe siguiera dormido (de hecho, supe luego que a él le había dado un somnífero mucho más fuerte, porque así estaba previsto) y me coloqué de tal forma que mi mano siguiera haciendo lo que estaba haciendo, mientras la otra llegaba a los sabrosos pechos de Tanita.

-¡Basta!- exclamó Tamara-. Haz tu tarea, Pablo.

Tamara se hizo a un lado y Tania permaneció como estaba, con las piernas ligeramente flexionadas y el coño brillante por sus flujos. Yo estaba tan caliente como ella y mi dura verga apuntaba al cielo. Sin espera de ninguna especie (llevaba cuatro días esperando) apunté mi glande a su entrada y, olvidándome de Tamara, de Felipe, de la soleada ventana, de todo lo que no fuera ella, la fui penetrando con la mayor delicadeza posible.

No sentí su himen: quizá ya no existiera, sólo sentí el estrecho abrazo de su vagina, la delicia de poseerla, mi cuerpo junto al suyo, sus gemidos que bajaban de tono. Entraba y salía en ella hasta casi venirme, sintiendo la delicada carne de su vagina rodear, acariciarme la verga, hacerla llegar hasta las nubes y a mi con ella. Luego me detenía, con la verga hundida hasta el fondo, para acariciarle las pequeñas y duras tetas y las bien formadas nalgas, para meter mi lengua hasta el fondo de su oreja, para esperar y reiniciar. Y dale otra vez hasta que ella se vino con un gran temblor. Sus piernas y sus caderas se estremecieron bajo mi cuerpo. Entonces, arañando el cielo, arremetí con vigor creciente hasta que sentí venirme, hasta que la llené entera.

Mientras Tania y yo nos acariciábamos en ese dulce sopor que sigue al orgasmo, alcancé a ver que Tamara chupaba la semierecta verga de Felipe, que seguía dormido como un tronco. Pronto obtuvo lo que quería y así, dormido como estaba, mi amigo fue cabalgado.