domingo, 1 de noviembre de 2009

Nuestra Primera

Esta historia es real y me ocurrió hace unos años, cuando tenía 16. Yo vivía en un pequeño pueblo, en el corazón de un bosque frondoso, con árboles altos y bellos que daban a todo el pueblo un aroma especial. El colegio estaba del otro lado del bosque y en los días lindos iba y volvía caminando por los senderos que atravesaban el bosque en todas direcciones. En la misma clase estaba Norma, una hermosa chica que vivía no muy lejos de mi casa, del mismo lado del bosque. A veces nos encontrábamos y caminábamos juntos para ir o volver del colegio, hablábamos pavadas y yo estaba perdidamente enamorado de ella, pero nunca se lo revelé.Norma era una hermosa criatura, rubia, de cabello enrulado, ojos verdes y un cuerpo que me provocaba erecciones con sólo verlo. Tetas no muy grandes pero paraditas con un par de pezones puntados, estómago chato y un culito redondito y chiquito. Siempre trataba de volver con ella; a veces perdía tiempo si veía que Norma se retrasaba o corría a pasos gigantes si ella salía antes del colegio y no me esperaba. Así fue ese día. Una profesora me retuvo hablando y Norma se fue. Cuando salí, la vi. alejarse por el sendero. Apuré el paso para alcanzarla, pero estaba bastante lejos. En un momento dado, Norma abandonó el sendero y se internó en el bosque. Yo la seguí tratando de no hacer ruido para no ser descubierto. Cuando estaba ya lejos del sendero puso el portafolio en un árbol y, ante mi asombro, se levantó la falda, se sacó la bragas y en una posición semisentada se puso a orinar.Era la primera vez que veía a una chica orinando tan cerca. Pude ver perfectamente su conchita, y en realidad era la primera vez que veía una vagina completamente en vivo y no en fotos de revistas. Cuando terminó de orinar, Norma sacó del bolso un poco de papel higiénico y se secó ante mis ojos asombrados por el inesperado espectáculo que acababa de presenciar.El corazón me latía enloquecido y, sin querer, me tropecé y Norma me descubrió. Se puso colorada como un tomate y comenzó a llorar de vergüenza. Me acerqué y la abracé, prometiéndole que no le contaría nada a nadie, que esto sería nuestro secreto. Le di un besito en la mejilla y Norma dejó de llorar, sacó otro poco de papel y se secó las lágrimas.Ya más tranquila ella, nos sentamos en un árbol y me pidió que le jurara que no le contaría a nadie lo que había visto. Por supuesto, le prometí nuevamente que no lo haría. Norma me dijo que haría cualquier cosa por mí si prometía cumplir con mi juramento. "¿Cualquier cosa?", le pregunté, y me contestó que sí. Tomé valor y le pedí volver a ver su conchita bien de cerca, ya que nunca había visto una a pocos centímetros. Se sonrojó y me pidió tiempo hasta el día siguiente para pensarlo, pues era un pedido que la avergonzaba. Volvimos al sendero y caminamos en silencio hasta separarnos para ir a nuestras casas. Me costó dormir esa noche pensando en la respuesta que me había dado Norma, en el espectáculo que había visto en el bosque y, sobre todo, en lo que vería si Norma aceptaba mi pedido. A la mañana siguiente, al salir para el colegio, vi que Norma esperaba en el sendero y corrí a su encuentro. Norma decidió que, como mi pedido fue hecho sin presionarla, en forma dulce y no como un chantaje, aceptaba mi pedido. Caminamos juntos hasta el colegio y quedamos en encontrarnos a la salida en el mismo lugar, pero iríamos separados para no llamar la atención si alguien nos veía internarnos en el bosque.Las horas de clase parecieron eternas y no paré de pensar en la conchita de Norma en toda la mañana. Al tocar el timbre de salida, salí disparado al lugar del encuentro. Norma tardó un poco en llegar y pensé que no iría, que se había arrepentido. Al llegar se disculpó pero las chicas la retuvieron para preguntarle algo y no pudo escaparse.Ya solos en el bosque, me pidió que no hablara mucho pues se moría de vergüenza, pero una promesa era una promesa. Se bajó la bombacha y se levantó la pollera. Frente a mis ojos estaba la conchita de Norma sólo para mí. Le pedí que me mostrara por dónde salía el pis, y me indicó con el dedo. Le pregunté si podía tocar los labios y separarlos para ver más adentro, y ella aceptó poniéndose colorada. El contacto de mi mano en su conchita le produjo un escalofrío que le hizo temblar todo el cuerpo. Pero le gustó. Puse un dedo dentro y Norma comenzó a jadear. Norma jadeaba cada vez más. Yo casi había terminado de explorar el interior de su rosada conchita que cada vez se ponía más húmeda y caliente. Cuando saqué el dedo, para mi sorpresa Norma me pidió que no lo hiciera y que le pusiera el dedo más profundo. La conchita de Norma estaba chorreando jugos aromáticos y pegajosos y yo estaba enloquecido por la excitación. No sólo había visto una concha a centímetros de mis ojos sino que la estaba tocando a mi entero placer. Al cabo de unos minutos de meter y sacar los dedos, Norma pegó un gritito, se estremeció toda y tuvo un temblor descontrolado en todo el cuerpo. Saqué mis manos, pero Norma me las metió de nuevo dentro de ella. Estaba completamente mojada. Respiraba agitada y entrecortadamente. Había tenido su primer orgasmo y era yo quien se lo había producido. Estaba feliz.Cuando se calmó, nos besamos en la boca y aproveché para tocarle un poco las tetas, que estaban duras como piedras, y acariciarle el culo, que más de una noche había sido el motivo de mis masturbaciones. Norma me dijo que había cumplido con creces mi pedido, pero que ella quería pedirme también algo. Se acercó a mi oído y, casi susurrando, me dijo que ella tampoco había visto nunca una pene de cerca y quería que se la mostrase. De más está decir que acepté de inmediato. Me bajé los pantalones y los calzoncillos, y mi pene, que estaba parada y dura, quedó frente a sus ojos. Me la tocó, al principio con un poco de miedo, pero enseguida se aflojó y, acariciándomela arriba y abajo, me masturbó mientras me acariciaba los huevos. Al cabo de unos minutos acabé en sus manos con un chorro de leche caliente y espesa. Nos tiramos al piso acolchado por las hojas de los árboles. Abrazados, nos besamos apasionadamente un largo rato, mientras nuestras manos exploraban cada centímetro de nuestros cuerpos. En forma inevitable, mi verga caliente buscó la concha hirviente de Norma, que no opuso ninguna resistencia. Y, lentamente, penetré su conchita virgen. Ninguno de los dos tenía experiencia pero la naturaleza es sabia y las películas de la tele ayudaron. Norma gemía y daba grititos, en su mezcla de dolor y placer, mientras mi verga entraba y salía de su concha empapada de jugos sin ninguna dificultad. Norma tuvo su segundo orgasmo, fue espectacular, se le arqueó el cuerpo y temblaba como loca. Yo ya no me aguanté más y, cuando sentí que acababa, la saqué y los chorros de leche calentita cayeron sobre los pelos de la concha y sobre su estómago. Norma mojó sus dedos en la leche que tenía sobre el cuerpo y la probó. Dijo que era rica y dulce. Esa tarde perdimos juntos nuestra virginidad. Fue hermoso e inolvidable. Luego repetíamos la experiencia casi todos los días, entregándonos a un sinfín de actos sexuales que íbamos descubriendo poco a poco. Con el tiempo probamos de todo. Cogíamos y disfrutábamos el uno del otro sin límites. Han pasado casi ocho años de esta historia. Hoy Norma es mi esposa y, por supuesto, seguimos cogiendo sin perder oportunidad y en los lugares más insólitos, pero siempre el bosque fue y seguirá siendo nuestro lugar preferido, al cual tratamos de volver cada vez que podemos.

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