martes, 17 de noviembre de 2009

Una noche

Cierto dia acudimos a una discoteca, ya de salida
A Nancy se le antojó un muy atractivo aquel chico que andaría por los veinticinco años, de ojos café claros y con un cuerpo que, aún bajo la ropa, se veía que estaba acostumbrado a largas horas de ejercicios físicos. despues de cruzar varias miradas se acerco y se precento.
-Mucho gusto, me llamo Esteban.
- ¿Andas en carro? -preguntó Mario a Esteban. - No, fíjate que está en el taller. - Si quieres te llevamos. - Está bien, perfecto. - Sólo que primero pasaremos por mi casa y luego pasaremos a dejar a Nancy. ¿Te parece? - Está bien.
A la salida, los tres muchachos abordaron el auto de Mario, un Toyota rojo donde apenas cupieron pues era únicamente de dos asientos. Nancy iba en medio de los dos y aquello le resultaba un poco incómodo y... excitante al mismo tiempo.
Al llegar a casa de Mario, bajaron del coche y entraron a la sala del apartamento. No era lujoso, pero sí tenía lo más indispensable para vivir con suficiente comodidad.
La chica se sentó en el sofá que Mario le ofreció antes de salir a la cocina. Esteban se sentó al lado de Nancy y le hizo plática:
- ¿Y cuántos años tienes? Digo si no es mala educación de mi parte. - De ninguna manera. Tengo veinticuatro. - ¿En serio?, pareces de menos... como de diecinueve o veinte.
El último comentario le hizo gracia y la halagó al mismo tiempo.
Mario habló desde la cocina:
- ¿Quieren un trago? - Sí -respondió Esteban-. ¿Y tú, Nancy?
Nancy no bebía, jamás le había gustado el alcohol, pero esta vez, ni siquiera ella misma entendía por qué sentía deseos de hacer lo que no había hecho nunca, y accedió.
- También -respondió.
Mario apareció con tres copas y le dio una a Esteban y la otra a Nancy y se sentó en el sofá, al lado izquierdo de ella. La chica había quedado de la misma forma como habían venido en el auto. Aquello la estaba mortificando un poco. No era usual para ella estar bebiendo y aún sola en un apartamento con dos hombres. Tomaba con lentitud de la copa, que al principio le raspó la garganta, con su mirada fija en la mesita de cristal del centro de la sala, mientras los chicos se intercambiaban una conversación a la que era por completo ajena.

- ¿Quieren otro? -preguntó Mario. - Por favor -dijo Nancy. -Yo también -secundó Esteban.
Se tomaron otra más. El alcohol, poco a poco, comenzaba a desinhibir a la chica, quien se mostraba más alegre a cada momento.
Siguieron platicando vanalidades por unos minutos. Nancy se estaba impacientando, quería irse para su casa o... Luego hubo un rato de silencio.
De improviso, sin decir nada, la boca de Mario se apoderó de la oreja de Nancy, penetrando la lengua en ella. Nancy se cimbró en lo más profundo y, por pudor o por reacción cosquillenta, se retiró hacia la derecha, pero de ese lado estaba Esteban, quien la recibió de la misma manera. La chica se encontraba acorralada literalmente, así que se levantó del asiento... o por lo menos lo intentó, porque Mario la retuvo por los hombros al mismo tiempo que Esteban le inmovilizó poniendo su mano, abierta en abanico, sobre el vientre, y fue sentada de nuevo.
- No, no -suplicó Nancy- por favor...

En realidad sus palabras eran una falacia, aunque ella no estuviera consciente de eso. Desde que venían en el coche, en sus adentros imaginó aquella situación. Ahora no podía dar marcha atrás, su cuerpecito era presa segura de aquellos amigos suyos y estaba sucumbiendo a sus caricias, porque un escalofrío fascinante comenzaba a recorrer su cuerpo, desde su espalda hasta sus piernas, haciendo que su carne se pusiera erizada y se le pararan todos los vellos de la piel.
- ¡No! -alcanzó a decir por última vez antes de perderse en un remolino enloquecedor.
Los chicos hicieron caso omiso a sus súplicas. Mientras Esteban continuaba besando ardientemente su rostro y sus labios, Mario ya había conseguido alzarle la blusa y el brassier y mamaba sus pechos blancos y sus pezones sonrosados. La mano de Esteban se deslizó como una serpiente hacia el centro de las piernas de Nancy, quien hizo el último acto de pudor y las cerró en vano, ya que aquella llegó antes a su sexo, que ya se encontraba húmedo. Por encima de la delgadísima ropa interior, la mano se deslizó de arriba a abajo haciendo vibrar todas las fibras de la chica desde ese punto tan pequeño.

Ya para entonces, toda la resistencia pasiva de Nancy se había desmoronado y sólo quedaban residuos de su fuerza transformados en leves gemidos, y se abandonó por completo al ataque de sus amigos. Cuando Mario le despojó de su faldita y su tanga, ella incluso le ayudó, quedando completamente desnuda. Esteban, entonces, se dirigió hacia la vulva de la chica, apoderándose de ella con su boca. Nancy se cimbró por la sensación cuando la lengua profanó su más recóndita intimidad con grosería y empezó a revolver en círculos sus caderas. Los muchachos se turnaban para hacerle el sexo oral. Apenas la dejaba uno, el otro se aferraba al sexo de la chica, introduciendo la lengua y lamiéndole casi todo el interior. La chica se agarraba con desesperación al mullido forro del sofá, para que el placer no la impulsara fuera de sí misma. Cada palmo de su piel fue explorado por sus amigos, sin dejar de besar hasta el más íntimo rincón de su cuerpo.
Pero Nancy ya no quiso seguir en desventaja frente a sus oponentes. Con premura, liberó a Esteban de su camisa, dejando al desnudo su atlético pecho, y empezó a quitarle el jeans, tarea que terminó el muchacho por sí mismo. Mario, en tanto, ya había hecho lo propio y se encontraba desnudo. Su miembro viril erguido y enorme, tanto que Nancy creyó nunca haber visto uno de ese tamaño y de ese grosor. Empezó a dudar si lograría soportar la embestida de aquel animal.

La chica se sentó en el sofá y, aferrándose con sus manitas de una nalga de cada chico, los atrajo a ella de tal forma que ambos penes quedaron al alcance de su boca. Casi desencajando las mandíbulas, la chica fue mamándolos. Uno al tiempo, los miembros viriles iban desapareciendo dentro de los finos labios bermellones y salían lubricados por la saliva de la muchacha y un poco manchados de su lápiz labial. Los chicos se estremecían a cada succión de Nancy, como sintiendo que de un momento a otro iban a desatarse en una lluvia líquida dentro de su boca. Nancy no dejaba un centímetro de los falos sin relamer y succionar.
Esteban, antes que Mario, sintió que ya le era imposible continuar sólo con aquella deliciosa, pero insuficiente estimulación. Alzando a la chica en vilo, la condujo a la habitación de Mario, seguidos por éste, y recostó a la chica en la cama, bocarriba, y le abrió las piernas... más bien la ayudó un poco, porque Nancy, ansiosa también, ya las estaba abriendo, mostrando a los chicos su vulva humedecida y tumefacta por la excitación.

Sin más miramientos, Esteban se encajó en medio de las piernas blancas y lindas, y, tomando su pene por el tallo, lo enfiló hacia la velluda hendidura de la chica. Una vez centrado en la abertura, lo hundió rápida pero suavemente. Nancy se sacudió en lo más profundo con la embestida. A Mario no le gustaba permanecer quieto viendo cómo sólo Esteban y Nancy disfrutaban. Volvió a apoderarse con su boca de los pechos delicados de la chica y a producirle un placer extra aparte del que Esteban le estaba proporcionando. Nancy sentía volverse loca a ratos. Mientras una de sus manos acariciaba el pecho peludo de Esteban, con la otra buscaba con afán el pene de Mario, hasta que al fin logró aferrarse a él y empezó a masturbarlo con ahínco. Esteban continuaba entrando y saliendo de Nancy mientras la sujetaba por los muslos. Mario le mamaba los pechos y el abdomen.
Segundos después, Esteban era el que estaba acostado y la chica montada sobre él, el pene erguido encajado en su vagina, cabalgándolo la chica con frenesí con movimientos de arriba abajo mientras el muchacho se asía de las nalgas blancas y redondas de la chica para entrarle con firmeza. Las manos del otro muchacho acariciaban desde la espalda hasta las nalgas, al tiempo que las manos de Esteban estrechaban y frotaban los senos de Nancy.

Poco después, la chica giró sobre Esteban, sin sacar el pene de su cavidad, y quedó de espaldas a él, mostrándole su espléndido trasero, y continuó moviéndose en esta posición. Esteban, al tener contacto visual con el ano de Nancy, dirigió uno de sus dedos hacia el trasero de la chica, haciendo fluctuar la yema en la entrada de su orificio posterior, pero sin introducirlo. Aquella sensación le agradó a Nancy, quien iba a retirarle la mano a Esteban al sentir la incómoda e insolente caricia. Pero luego no lo hizo.
Mario aprovechó la excitación de la chica y le bastó acercar su miembro al rostro de Nancy para que sus labios se prendieran de él con afán.
Nunca se imaginó la muchacha que alguna vez haría el amor con dos hombres a la vez, y aquello llegaba al vértice de lo imaginable. Hasta se le antojó por un momento que no fuesen dos, sino más.
Ni Nancy ni Esteban soportaron más el ejercicio y el chico se derramó dentro de ella. quien dejó escapar el último gemido cuando sintió cómo el líquido caliente inundaba su interior. El chico quedó exhausto en la cama, cansado y satisfecho por completo.

Nancy respiraba profunda y rápidamente, pero no tuvo tiempo de recuperarse. Apenas Esteban salió de ella, Mario se montó y la penetró, haciéndola crecer de nuevo en excitación. Ya Esteban no volvió a tomar parte en la acción, pero a Nancy le bastó sólo Mario para encenderla de pasión, para llevarla al cielo, para satisfacerla de nuevo y darle un orgasmo maravilloso.
Mario colocó a la chica a gatas y, rodeándola con sus brazos, sujetó los pechos y comenzó a penetrarla desde atrás. Para Nancy Figeac aquella experiencia era nueva. En esta posición sentía como si el miembro viril tocara nuevos puntos deliciosos dentro de su vagina y empezó a menear las caderas en un sabroso vaivén, en sentido contrario a los movimientos del muchacho para brindarle una mejor movilidad al pene y para satisfacerse más plenamente ella misma.

Los pechos le dolían por la fuerza con que Mario se había afirmado de ellos, pero el placer que estaba experimentando aminoraban el sufrimiento y lo transformaban en una especie de disfrute masoquista. Fue así como obtuvo su segundo orgasmo en menos de dos minutos. Una fuerza descomunal, mucho más grande que la primera, la lanzó por los aires y sintió que tocaba el cielo otra vez. Lo sintió esta vez como algo explosivo e inminente dentro de su vientre y notó cómo su corazón volvía a palpitar aceleradamente... Luego, nada, sólo un agotamiento enorme, un gozo sin límites y una satisfacción infinita. Mario terminó con espasmos asombrosos, vaciándose dentro de ella en cada movimiento hasta que se exprimió por completo. Nancy cayó desplomada entre los dos chicos, que la abrazaron y la acariciaron mientras se recuperaban de aquel remolino que los había envuelto.

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