domingo, 11 de octubre de 2009

Norma

Las primeras caricias del sol de la mañana traspasaban tu piel transparente. Yo te miraba fijamente. Me encanta hacer el amor recién levantada. Me acerqué a ti y acaricié tu blanco cabello, más alborotado que otras veces. Te revolvías inquietamente, tratando de alcanzarme sin éxito. Decididamente me quité la camiseta y dejé a mis pies, a un lado, las bragas enroscadas. Un ligero calor se apoderó de mi cuerpo desnudo. Era el día perfecto, el sol aún brillaba bajo y tus brazos blanquecinos se estiraban en mi dirección y se venían abajo al no conseguir rozarme. Pero finalmente me dejé alcanzar. Comenzaste a lamer despacio mis pies y yo fui avanzando para sentirme más cerca de ti. Te dejé ir ganando terreno por todo mi cuerpo Tu excitación se hacía patente en la brusquedad de tus movimientos, tus extremidades se enroscaban ahora por mis piernas. Nunca te había visto tan apasionado. La suavidad de tu piel se mezclaba con la de la mía. En este punto me incliné hacia ti para besarte, un largo y húmedo beso con el que yo me entregaba definitivamente a ti.
Sentí entonces cómo rozabas mis muslos y me estremecí, los acariciabas frenéticamente, casi golpeándote contra ellos, y un dedo perdido se deslizo hacia mi sexo, y yo suspiré. Uno y mil dedos entraban y salían de mi intimidad, y yo disfrutaba de ellos, desencadenantes de tantos otros orgasmos. Tenía algo de frío, pero mi cuerpo era puro fuego. Poco a poco iba notando cómo seguías recorriéndome. Sin dejar de masturbarme, tú ejercías un suave masaje sobre mis pechos, y los pezones estaban tan duros que me dolían, como cuando tengo mucho frío. Juegas con ellos, los mordisqueas, los lames, y esta terapia térmica que contrasta frío y calor me lleva al borde del éxtasis.
Pronto sentí cómo me penetrabas, me hacías tuya. Me pillaste desprevenida, y mi cuerpo se sacudió violentamente, pero tú me mecías con tu alocado vaivén, consolándome. Mi respiración se agitaba cuanto más cerca estaba del clímax, se entrecortaba e incluso propiciaba algún jadeo ronco. Tu sed de mí me quitaba la vida, qué paradoja… Mis fluidos se mezclaban ahora con los tuyos, mientras yo me hundía en tu abrazo eterno, en el que tus fríos brazos recorrían sin cesar mis piernas, mi sexo, mi cintura, mis pechos, mi cuello, me acariciaban maliciosamente y rozaban mis labios, tornándolos violeta. Ningún rincón de mi cuerpo escapaba a tus caricias, me ponía a mil, y mi cuerpo estalló en un espléndido orgasmo. Mi boca entreabierta quedó a merced de la humedad de tus besos, deleitándome con tu sabor salado. Mis ojos entreabiertos me dejaban ver el cielo. Mi respiración, completamente acelerada, perdía fuerza rápidamente. Mi pecho parecía incapaz de contener los latidos de mi corazón, cuyo ritmo desenfrenado fue dejando paso al sosiego… Pero me dolía, me dolía mucho, y debía ser de tanto amor. Estaba cansada. Mientras me dejaba mecer en tus brazos, mientras aún acariciabas mi cuerpo y mis cabellos, recordaba otros encuentros fortuitos contigo. Siempre la misma violencia, pero nunca me sentí después tan calmada. Y me duermo, me duermo en tus brazos al son de tu nana, me sumo en un sueño eterno.
Y no despierto. Pero tú, egoísta, después de poseerme, me arrullas para que me duerma y me abandonas a mi suerte. Quedo tendida horas después sobre la arena, esperando que alguien me encuentre. - Se llamaba Norma. Davara

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Inspirate!